viernes

Sofias Gehirn

Era de noche, Sofía tenía los ojos llorosos. Una piedra estaba en su zapato. Corría a su casa bajo la lluvia recordando el maravilloso día que había hecho y lo intensa que le parecía la vida por la tarde observando el cielo desde el césped del parque. Una vez un camarero de un restaurante le hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza y nunca lo pudo olvidar. Otra vez vio un cuerpo sin vida en la carretera, la cabeza había desaparecido, el coche de Sofía sufrió un estrago repentino, la atropelló. De esto se olvidó rápidamente, lo sé porque soy una narradora omnisciente.

Era de día. Sofía estaba en Granada llorando mientras bebía una clara. Cada vez que pedía una clara le venía a la cabeza el Claro de luna de Debussy, que prefería eterna e infinitamente más que el de Beethoven. Un hombre bastante atractivo tocaba el sitar en un patio interior y Sofía equiparó la belleza del momento a aquel hombre que cortaba una rama en el campo para construir una flauta. No pasaron demasiados minutos y decidió ir a casa a ver Dos hombres y un destino. Fue un gran día, no se volvió a repetir.

Era de noche. Just when I need you most. Se encontraba en un prado rodeada de canadienses, de vacas libres y de un ciervo. El silencio de la noche se veía agradablemente interrumpido por los sonidos de las sirenas. Ella creía que estaba hablando sola en la playa, ya que ese pensamiento eliminaba el dolor de aquella noche de verano en la que tenía ganas de llorar y no podía porque le daba vergüenza. En el prado, apareció Han Solo. Sofía le dijo “te quiero”. Y Han respondió “lo sé”. Menudo mal trago. Por desgracia, tan sólo era un sueño, ahora volvemos a la realidad.

Era de noche. Sofía estaba muy borracha y un hombre desconocido la acompañaba a su habitación de hotel. Entraron por accidente en una habitación donde una mujer y dos hombres se gritaban los unos a los otros. De fondo, se escuchaba a Gene Kelly cantar “everyone from the place, come on with the rain, I´ve a smile on my face...”. Sofía dijo: Ooooye, vaaamonous de aquí que si escucho eeeel erstribillo lloooraré. El hombre decidió llevarla a su casa en Baker street, ella no sabía donde iban, yo sí porque soy omnisciente. En el armario, tenía fusiles y Sofía lo encontró divertido, eso le hizo sentir muy mal.

Era de día. Por la tarde. Año 2012. Sofía pensaba en el grandísimo desastre de las torres gemelas. Nunca antes había pensado durante tanto tiempo en la importancia de ese acontecimiento. Creyó que debería haber leído más sobre terrorismo islámico en vez de sobre cultura esquimal y méti. De golpe, cuando estaba en el cementerio pensó que debía mirar al cielo puesto que se hizo de noche en cuestión de segundos. Vio un platillo volador de color plateado. La profecía se estaba cumpliendo. Aquel loco tenía razón. Los extraterrestres invadieron el planeta y los reptilianos salieron del centro de la tierra. Fue el final del cerebro de Sofía. Yo, repito, sobreviví porque soy omnisciente.

sábado

Sie haben einen langen und faulen Fluß zu Ihrer Seele


Ya no me apetece ver Sining in the rain cuando llueve, a penas sintonizo el canal TCM clásico, ya no me da por cocinar de vez en cuando, ni si quiera subo a fumar de noche o me río recordando el día anterior. Maldito verano y malditas vacaciones que han conseguido hacer conmigo algo extraño. Me gustaría explicar una de las miles de historias que se me ocurrían a diario, pero son demasiado simples. Así que partiendo de la incoherencia absoluta voy a intentar ser sensata y correr hacia el almendro, ya sabes, hacia el meollo del asunto.

La cosa está en que ayer me detuve un segundo a pensar en la cantidad de palabras que digo sin pensar, y la paradoja está en que creo que hablo con una rapidez insólita y llevando a cabo veredictos indescifrables porque demasiados asuntos, pensamientos, argumentos, demasiadas comprobaciones, cuestiones, razones, explicaciones… pasan por mi cabeza a una velocidad alucinante y desmesurada. Eso conlleva a una serie de consecuencias adversas, funestas y desastrosas, por lo tanto son demasiadas emociones sin conexión entre ellas ni sentido y muchísimos estados de ánimo en una misma persona. Un barroquismo de vida irritador y denso tanto para mí como para los de mi alrededor. Supongo que se deberá a mi también enigmática tendencia al hipocondrismo, ya que he llegado a pensar que se trata de un problema serio, y cuando digo serio lo escribo sin ningún tipo de cinismo. Todo se basa en una propia confusión que por mucho que hasta ahora creía controlar últimamente mi estómago de la seguridad empieza a tener estrías, ranuras y huecos insospechados.

Me hubiera gustado escribir estas palabras en alemán, me hubiera gustado saber desde un buen principio que se trataba de una “ficción” más e incluir este capítulo en las reflexiones de un personaje de alguna historia. Sin embargo no es así, queda bastante claro, así que concluyendo, no escribiré de nuevo hasta que me cure, y no porque no quiera, si no porque no soy capaz de concentrarme, no me duele la cabeza de momento, pero sé que cualquier día coge y estalla.

miércoles

Die Ausnahme

Será que, seguramente y quizás por desgracia (o no) lo más probable es que yo... pues que es posible que de la única manera en la que yo lo entiendo, en la única que yo lo asimilo y lo comprendo, es esta...




martes

Begräbnis von Jerry


Estoy prácticamente segura de que les pareceré una mujer fría, por ello quiero dejarles bien claro, ante todo, por motivos simplemente evidentes, que el sentimentalismo, la emoción, la compasión, el amor, la empatía y la generosidad, son banderas que me han acompañado y me acompañarán durante lo que me queda de vida. Quedando esta parte totalmente clara y concisa, debo decir que mis próximas palabras, a pesar de la apariencia, serán egoístas y las utilizaré para satisfacerme e indemnizar de algún modo algo que yo sé que tendría pendiente conmigo misma el resto de mis días.


Jerry Foster era bueno, era despreocupadamente de los mejores, sabía escribir grandes historias, grandes relatos de amor, grandes dramas. A la vez, pintaba y dibujaba con un realismo aterrador siendo capaz al mismo tiempo de destrozar la mismísima lógica y la razón con una simple pincelada. A todo lo que hacía, le rodeaba una especie de estética a lo Baz Luhurman mezclada con la transcendencia y la profundidad del mejor Bergman.

Yo le conocí en Staten Island, como saben muchos de ustedes, ese no era su lugar, y lo cierto es que su lugar no existía, no existía al menos en este planeta. Lo primero que me asombró de Jerry fue su sencillez, fue la simpleza y la templanza que desprendía su modo de ir viviendo, de ir llevando a cabo aquellas pequeñas cosas cotidianas que en cualquiera de nosotros representarían, en muchas ocasiones, una gran monotonía y en consecuencia, una inexplicable desquicia humana. Pero de esa “cualidad”, mal que nos pese a los pesimistas, a los agónicos y a los quejicas, gozan muchos humanos. Vivir con Jerry al principio fue muy bonito, fue realmente bonito, yo estaba enamorada de sus pinturas, de sus historias, tenía montones de pequeños relatos escritos que yo ordenaba alfabéticamente cada tarde para leerme uno cada noche. Era tan perfecto que des del primer momento en que le vi, supe que entre nosotros habría algo pasajero, algo encantador, atractivo y, siendo claros, nada más allá de lo vitalmente bello. Supongo que yo necesitaba a alguien como él a mi lado aquella época, alguien que me trajera cada mañana un zumo de naranja a la cama, alguien que me besara justo cuando lo necesitara y que se dedicara a pintar los melocotoneros mientras yo me fumaba un pitillo y buscaba inspiración en las nubes. Así pasó el primer verano, y pensé, ingenua de mí, que mi vida seguiría así durante unos meses; simplemente sencilla y tranquila al lado de una persona natural, serena y en definitiva, feliz.

Pero llegó un día en que todo cambió, en que mi seguridad y mi independencia se truncaron por su culpa. Un martes acompañé a Jerry a una entrevista que le hacían para una pequeña exposición en Santander, nada del otro mundo, era una de tantas que le habían hecho, sin embargo esta fue diferente, o al menos para mí. Había sido una entrevista tensa, Jerry no tenía su mejor día, y eso me inquietaba mucho. La última pregunta fue “¿Qué querría que ocurriera con su obra cuando usted muera?” Jerry se quedó pensando mucho rato, pensó y pidió tiempo para pensar, para reflexionar. Yo me percaté de que no se trataba de intentar dar una buena respuesta, pero no entendí demasiado la situación ya que estaba acostumbrada a la espontaneidad y rapidez de sus respuestas. Con el tiempo, supongo que me he dado cuenta de que se trataba de algo que él no se había planteado nunca pero que sabía que tenía claro desde que supo que era un artista. Jerry dijo literalmente “Yo soy feliz, soy un hombre alegre y satisfecho con mi vida, tengo a mi alrededor a aquellos que quiero tener y me considero declaradamente feliz. Pero no tengo ningún reparo al decir que la vida es realmente un mal trago, considero la vida una broma pesada por la que hubiera preferido no pasar. Deseo que al morir mi obra muera conmigo, que la quemen, que se queme conmigo, que desaparezca. Cuando yo muera quiero que todo lo mío muera conmigo”. Aquellas palabras se me clavaron dentro, me impactaron y me dolieron durante un tiempo, podría decir que llegaron a asquearme y a la vez provocaron que creciera dentro de mí un sentimiento de rabia, de celos, una necesidad enigmática de estar con él hasta el último día de su vida, de ser parte de su obra y de morir con él. Nunca he podido explicar con exactitud por qué su rechazo a la vida me enamoró, quizás era el equilibrio perfecto gracias a su saber estar y su fuerza ante todo lo que ocurría.


Ya ven, si estoy aquí no es para despedirme de Jerry, ni si quiera para darles estas palabras a ustedes. Si estoy aquí es para poner un punto y final a la vida de un gran artista, para pedirles que entiendan que para él la vida fue algo que, igual que todos nosotros, pasó intentando hacer lo que mejor se le daba, que en su caso fue crear belleza a su alrededor. No les pido que olviden a Jerry, no les pido que quemen museos ni que descuelguen sus cuadros de sus salones. Sólo estoy aquí evidenciando y representando la muerte y el final de una etapa. Como sospechan, después de aquella entrevista desapareció una gran parte de mí. He sido parte de Jerry por codicia, por egoísmo, por querer sentirme viva en el epicentro del arte en estado puro. Él lo sabía, y aun así me dio la existencia más feliz que jamás pude imaginar, mi vida ha sido un cuento de hadas escrito por un hombre que a pesar de que no quería vivir, supo hacerlo mejor que muchos que dicen estar vivos. Hoy entierro a mi marido, entierro sus pinturas, sus historias, sus zumos de naranja, sus besos y en cierto modo, me entierro a mí misma también. Hoy, señoras y señores, tengo sesenta y nueve años y vuelvo a nacer.

Espero que la hayas encontrado Jerry, espero que hayas encontrado, de nuevo, la paz.

Gracias.

miércoles

Tod eines Dichters


En ocasiones, busco a Jeff en el agua, quiero hacerlo sola pero de momento no puedo crecer. Las perlas de Memphis, los rayos de oro y las paredes cristalinas son siempre fruto de mi rabia. Quiero ir yo sola hasta la cueva, allí encontraré sus agujeros. Aquí no me concentro, aquí no puedo crecer, aquí sólo pienso en su sufrimiento, tan sólo soy capaz de preguntarme si sus palabras son ciertas “When I think more than I want to think I do things I never should do”. Ellos me dijeron que llevaba demasiado tiempo pensando en Seattle, en Vancouver, en Port Angeles, en Roselyn. Los centímetros anuales de lluvia eran su obsesión, y la humedad su pasatiempo. Soñaba con el pino de Jack y la cabaña del doctor Fleischman. ¿Qué podía hacer yo? ¿Convertirme en Marin? ¿En Maggie? No podía hacer eso cuando mi instinto me obligaba a mirar al cielo sabiendo que cualquier día un meteorito acabaría con todos nosotros mientras yo no hacía nada por evitarlo. El deber, yo siempre pensaba en el deber y él de vez en cuando cantaba “I'll only make you cry, this is our last goodbye”, tan improcedente como de costumbre. Maldita sea, en ocasiones busco a Jeff en el agua aun sabiendo que no está allí ya que una noche de verano, a orillas del lago Lemán, repetía mientras tocaba un fa séptima: Wait in the fire, wait in the fire… y entonces no quise oírle.




viernes

Sommer



Había una pared entre el tiempo que llevaba viajando y el lugar al que quería llegar. Había muchos años de distancia, de diferencia. Qué caluroso era el verano y nada había cambiado, esperaba la respuesta de Ana, la respuesta de Rosa. La higuera desaparecía lentamente en el tiempo, los dibujos del prado con su verde intenso se iban desvaneciendo, se convertían en vagos recuerdos y eso le apenaba ¿le quedaban las calles?, ¿le quedaban sus amigos y largas noches de reflexiones en un bar? Ni si quiera sabía eso. La respuesta de Ana o la respuesta de Rosa. Su vida sólo reaccionaba ante el frío del invierno, los veranos le servían para asumir errores, para reposar pasiones. Algún mosquito de vez en cuando le hacía reaccionar. Se acordaba de Henry, de Cris, de aquella mujer bajita que no hablaba, ¡y cómo llegó a aprender de su silencio! Rosa lo miraba cada vez que bebía, lo miraba y punto, era peor que una palabra, mala como un televisor entrelazado 50i. Acción, él necesitaba acción desenfrenada, un ejército a su disposición, una lista sagrada, un libro con más referencias que la mismísima Biblia. Ana le hablaba sin parar, lo llamaba por teléfono haciéndole dudar del compás de su respiración. Qué vida le daban, no se lo merecía, era un hombre trabajador, un hombre bueno y compasivo cuya seguridad se basaba en la irrefutabilidad de su cobardía. Definitivamente no merecía tal calvario porque la vida era justa de por sí y los acontecimientos debían ocurrir de un modo físico y matemático. Como aquel hombre que nunca erró y vivió la vida como lo que es; un regalo justo, adecuado, equilibrado, acertado. Todo va bien y el vaso… ¿a caso no va siempre lleno hasta arriba?


jueves

Die australische perle


¡Chico!, ¿sientes los gritos del veneno? ¿Y no te duelen? Tú y yo estamos lejos de los aullidos, no hemos bebido de la poción, pero, deberías saber que cuando me levante mañana no seguiré mintiendo. Sí, hoy sí, lo he hecho bien, he acabado con todos los clones de la galaxia, ¿sabes cómo? he seguido las marcas rojas que Elena dejó en el suelo. Concéntrate en el juego y no hables.


Sigamos corriendo chico, tenemos encima un estómago de nubes negras y la manada no lo sabe, pero lloverá. Pareces un poeta tahitiano mirándome así. Estoy sangrando chico, por mucho azúcar que le eche, esto sigue estando amargo, ¿lo podremos solucionar? Tenemos que pensar qué haremos después, es sospechoso que no me hastíes o me incomodes, mi dolor no es culpa tuya.


Estoy sangrando chico y no quiero que esto acabe como Moulin Rouge. Gracias por no haberte ido ¿recuerdas el tren del limonero? ¡Tengo miles de cosas para explicarte! Antes casi me rompo un brazo intentando conseguir el regalo que te voy a hacer. ¡Son perlas! ¡Perlas del mar del Sur! Estoy segura de que te encantarán, son australianas y el mundo entero siente curiosidad por los canguros.


Pareces un pintor flamenco mirándome así. Son historias ciertas chico, me cuesta recordarlas, sólo es eso. Somos jóvenes pero ahora mismo podría cumplir setenta años si me lo propusiera. No sé si deberías saberlo, pero estoy sangrando. Yo quería ser como Indiana Jones y en vez de buscar el arca perdida, encontrar la perla australiana. Lo cierto es, que haciendo peripecias tuve un pequeño accidente.


Maldita sea, si te callaras y te pudiera explicar todo lo que estoy pensando quizás nos daría tiempo de llamar a un médico para salvarme la vida. Chico, lo nuestro continuará.

sábado

Geschichten Philadelphias


Se acabó. Karin sabía que no tenía la cabeza en la sala. Le dolían los dedos, se aburría de la situación, de aquel sentimiento de saber que uno está llegando al límite. La carretera, el sol, los peajes, las gasolineras… qué lejos quedaba todo aquello.

_Y lo has echado a perder por culpa de tus vicios.

¡Qué tendría que ver! Bob siempre se entrometía en su vergüenza.

_Eres una libertina, una desenfrenada. Fernando lo sabe y no te dejará entrar en su casa, no va a permitir que ingreses en su vida tan fácilmente.

Pero las cosas no iban así; los acontecimientos transcurrían tal y como las acciones se desarrollaban y tomaban forma. Sentía mucho tener secretos ante el transcurso vital pero no podía evitar estar en contra de todo, sentirse una rebelde. Vivía un día o dos por delante de los demás.

_Deja de alterarla, va como va, y la mayoría de veces no como tú quieres.

Y ya lo sabía, qué pesadilla. La luz entraba por debajo de la puerta, ¿sería Fernando?, ¿vendría dispuesto a pedirle explicaciones? Se acabó, no esperaría un día más, era el momento de convertirse en la Katharine Hepburn de Historias de Filadelfia.

_Nunca te cansas del misterio malintencionado.

Cállate Bob.

domingo

Empfindung der Frische


Toda mi vida recordaré el veinticinco de abril.


Aquél día Karin y Diana habían quedado para tomar café. Hablaron sin decir gran cosa, el día las perjudicaba de nuevo, una tarde pesada, bohemia, cargada. Se miraban dejando pasar el tiempo y empezando historias paralelas que no tenían ninguna conexión entre ellas. Decidieron que por la noche irían a ver Lawrence de Arabia a casa de Fernando. Sólo de este modo los problemas dejarían de existir.


Aquél día Andrés cogió el coche al salir de la fábrica. Su jefe era una persona de carácter crónico-displicente que provocaba en él la continua sensación de cansancio y lasitud. Pero eso era una simple anécdota cuando llegaba a casa y Julio le esperaba preparando sus exóticos platos. Aquella noche había preparado canapés de queso de cabra con aceite de ajo. De postre, batido de coco y frambuesa.


Aquel día una ardilla corría por el pirineo aragonés. Un hombre llamado Alexander estaba talando un árbol mientras pensaba en la hora de la siesta. Se sentía agobiado, pues llevaba unos días intentando descifrar el mensaje más importante que le habían dado jamás. Hacía calor y su mujer Penny leía a Goethe en el balancín. Otra ardilla, de pelaje más oscuro, observaba atónita el panorama y no era capaz de pensar nada.


Aquél día el tiempo era el único que iba a determinar la transcendencia de lo ocurrido. El veinticinco de abril no iba a llegar y dedicarse a elevar cualquier hecho al nivel de acontecimiento. No hay apetito sempiterno, no entiendo de carpetazos o de sentimientos liquidados, además los fantasmas del ayer están todas las noches susurrándome al oído, “tu corazón debería haber sido, tu corazón debería haber sido…”. Esto, de momento, es una agradable sensación de frescor.


sábado

Die traurigen tage


Tan claro como que el dolor se reflejaba en el temblor de mis rodillas, en la pesadez de mis hombros. El sol no había salido por la mañana, habíamos sido nosotros los que lo habíamos ido a buscar, y él estaba igual que siempre, incluso más agradecido de compartir su luz. Pero el día no me acompañaba, las personas estaban a años luz de mí, las paredes desaparecían cuando me apoyaba en ellas. Era ciencia ficción.

Al llegar a casa, el pincel quedaba lejos. Tenía otras cosas a mi alcance; las llaves, las galletas, el ratón. Siempre sentía tristeza al ver un pájaro. Muchas mentiras habían corrido por las calles de la ciudad, algunos pintaban cruces blancas en sus puertas, como en Egipto. Otros preferían ahogarse en la Atlántida. Yo no sabía qué hacer, mi piel estaba reseca, acabó de romperse cuando un policía cortó el viento apuntando con su pistola a un hombre enfermo.

Luego, sus ojos, ¿de qué color eran? No podía finjir que no los veía y los apreté tan fuerte que los rompí en pedazos. De golpe, me vi yo también atrapada en azul. Era ciencia ficción. El sol había muerto con la tarde y miles de palomas estaban en mi balcón. ¿Quién me susurraba? ¿Quién me pedía perdón?

domingo

Der Mann dass war ich


Menudo portazo que dio. Hizo una inmensa cantidad de ruido. Además dolió, dolió mucho, me desgarro unos segundos, me dejo dentro estas palabras que debía en algún momento escribir. Me pilló todos los dedos con la puerta, los de la mano derecha, los de la mano izquierda, e incluso alguno del pié. Muchísimo daño y muchísimo mal estar, de ese que si lo explicas se ríen o lloran, depende del día. Algunos habréis pasado por este tubo en alguna ocasión, así que pasad por alto estas líneas, porque soy muy inexperta en cosas así y esto es, en cierto aspecto, embarazoso.


Veréis, yo quise ser un hombre, quise ser aquel hombre, quise sentirme, tocarme y afeitarme, mirarme al espejo y verme siempre a mí, a mí tal y como le vi a él en aquel instante. Es raro, pero también pensé que me hubiera gustado ser su amigo, sentí la necesidad de convertirme en su colega, en su hermano, que me abrazara sin pensar en ir a la cama, que me abrazara para toda la vida y me quisiera igual que quiero yo a Mei y a Sofía. Sin grandes tópicos, sin incertidumbres ni problemas de los que hablar, que me quisiera y me necesitara hasta después de llevárselo todo. Lo hice muy mal, debí pedirle perdón, me apropié de absolutamente todo aquello que le rodeaba; su mundo, sus preocupaciones, quería estar dentro de su tornado de ideas, de su torbellino interior, quería deslizarme por su sudor en la cama, nadar por su sangre envenenada, analizar todas y cada una de sus palabras, decirle que le quería justo en aquel momento y no luego, ni ahora mismo. Durante esos segundos él no lo supo, no lo supo nadie, pero yo fui su novia, su esposa, su amiga, su amigo, su colega, su madre, su hija, su collar, su camisa, su nariz. Fui él y él no lo supo ni lo sabrá.


¡Cosas!


(De mis historias sólo quedan letras y vagos recuerdos; Karin e Isaac siguen hablando del tiempo, y puedo prometer que ya no es lo peor de todo, a Karin le gusta hablar del tiempo con Isaac, y no hay nada más que hablar, ni si quiera piensa en eso, ya no. Curioso ¿verdad?)


miércoles

Balzac im fenster


Cuando Diana miraba a su perro Bogart veía que las historias de amor eran como los fusibles de la luz, pero no sabía por qué. Se había cortado el flequillo aquella tarde porque echaba de menos preocuparse por la perfección de su pelo los días de viento. Había quedado con Fernando para ir al cine y deseaba que en aquel preciso instante Bogart empezara a hacer malabares con los mandos de la televisión. De pronto, escuchó ruidos que provenían de fuera, había alguien en su balcón dando golpecitos al cristal.

_¡Las ilusiones perdidas!_ gritaba.
_Cada vez más escandaloso_ Pensó Diana. Abrió la ventana y un hombre grueso con la mano derecha en el pecho se presentó, asumida esta (la presentación) como una costumbre:
_Hola, soy Honoré de Balzac, si hay un sentimiento innato en el corazón del hombre ¿no es el orgullo de dispensar una protección constante a un ser débil?, unid a eso el amor, esa viva gratitud de todas las almas francas por la razón de sus goces y comprenderéis un sinfín de rarezas morales_ Maldito Honoré, qué bueno era.
_Perdone, señor rococó, pero Fernando me espera para ir al cine esta tarde.
_No estoy dispuesto a aguantar las cuchufletas de cualquier descamisada cuya voluntad es prender fuego a la mecha de mi paciencia. Escúcheme atentamente filbustera tuercebotas, ¿díjole Fernando anteayer su ambición de amarla hasta el último eclipse?.
_Sí, Honoré, así ocurrió, no hubo el mínimo indicio de razonamiento y lógica en sus palabras.
_Diana de lindo talle de avispa, se encuentra metida en un buen atolladero, ¿es necesario tener caballos briosos, libras y oro a raudales para conseguir la mirada de una mujer como usted? Y bien clara la respuesta se halla en el sí.
_Sabrá usted que en ocasiones hay que echar mano de un sinfín de cabriolés para frecuentar el gran mundo.
_Sí madame Diana, pero los guantes de gamuza blancos y las cadenillas de oro no compensaran en esta vida las verdaderas rabietas sordas de amor que una mujer de guantes amarillos y pestañas albinas como usted no podrá jamás llegar a sentir en sus entrañas_

Maldito Honoré, siempre igual, subía hasta su balcón cada mes para hacerle un lavado exhaustivo de consciencia. Diana llamó a Fernando, hablarían seriamente de su relación al día siguiente.