sábado

Die traurigen tage


Tan claro como que el dolor se reflejaba en el temblor de mis rodillas, en la pesadez de mis hombros. El sol no había salido por la mañana, habíamos sido nosotros los que lo habíamos ido a buscar, y él estaba igual que siempre, incluso más agradecido de compartir su luz. Pero el día no me acompañaba, las personas estaban a años luz de mí, las paredes desaparecían cuando me apoyaba en ellas. Era ciencia ficción.

Al llegar a casa, el pincel quedaba lejos. Tenía otras cosas a mi alcance; las llaves, las galletas, el ratón. Siempre sentía tristeza al ver un pájaro. Muchas mentiras habían corrido por las calles de la ciudad, algunos pintaban cruces blancas en sus puertas, como en Egipto. Otros preferían ahogarse en la Atlántida. Yo no sabía qué hacer, mi piel estaba reseca, acabó de romperse cuando un policía cortó el viento apuntando con su pistola a un hombre enfermo.

Luego, sus ojos, ¿de qué color eran? No podía finjir que no los veía y los apreté tan fuerte que los rompí en pedazos. De golpe, me vi yo también atrapada en azul. Era ciencia ficción. El sol había muerto con la tarde y miles de palomas estaban en mi balcón. ¿Quién me susurraba? ¿Quién me pedía perdón?

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