miércoles

Tod eines Dichters


En ocasiones, busco a Jeff en el agua, quiero hacerlo sola pero de momento no puedo crecer. Las perlas de Memphis, los rayos de oro y las paredes cristalinas son siempre fruto de mi rabia. Quiero ir yo sola hasta la cueva, allí encontraré sus agujeros. Aquí no me concentro, aquí no puedo crecer, aquí sólo pienso en su sufrimiento, tan sólo soy capaz de preguntarme si sus palabras son ciertas “When I think more than I want to think I do things I never should do”. Ellos me dijeron que llevaba demasiado tiempo pensando en Seattle, en Vancouver, en Port Angeles, en Roselyn. Los centímetros anuales de lluvia eran su obsesión, y la humedad su pasatiempo. Soñaba con el pino de Jack y la cabaña del doctor Fleischman. ¿Qué podía hacer yo? ¿Convertirme en Marin? ¿En Maggie? No podía hacer eso cuando mi instinto me obligaba a mirar al cielo sabiendo que cualquier día un meteorito acabaría con todos nosotros mientras yo no hacía nada por evitarlo. El deber, yo siempre pensaba en el deber y él de vez en cuando cantaba “I'll only make you cry, this is our last goodbye”, tan improcedente como de costumbre. Maldita sea, en ocasiones busco a Jeff en el agua aun sabiendo que no está allí ya que una noche de verano, a orillas del lago Lemán, repetía mientras tocaba un fa séptima: Wait in the fire, wait in the fire… y entonces no quise oírle.




viernes

Sommer



Había una pared entre el tiempo que llevaba viajando y el lugar al que quería llegar. Había muchos años de distancia, de diferencia. Qué caluroso era el verano y nada había cambiado, esperaba la respuesta de Ana, la respuesta de Rosa. La higuera desaparecía lentamente en el tiempo, los dibujos del prado con su verde intenso se iban desvaneciendo, se convertían en vagos recuerdos y eso le apenaba ¿le quedaban las calles?, ¿le quedaban sus amigos y largas noches de reflexiones en un bar? Ni si quiera sabía eso. La respuesta de Ana o la respuesta de Rosa. Su vida sólo reaccionaba ante el frío del invierno, los veranos le servían para asumir errores, para reposar pasiones. Algún mosquito de vez en cuando le hacía reaccionar. Se acordaba de Henry, de Cris, de aquella mujer bajita que no hablaba, ¡y cómo llegó a aprender de su silencio! Rosa lo miraba cada vez que bebía, lo miraba y punto, era peor que una palabra, mala como un televisor entrelazado 50i. Acción, él necesitaba acción desenfrenada, un ejército a su disposición, una lista sagrada, un libro con más referencias que la mismísima Biblia. Ana le hablaba sin parar, lo llamaba por teléfono haciéndole dudar del compás de su respiración. Qué vida le daban, no se lo merecía, era un hombre trabajador, un hombre bueno y compasivo cuya seguridad se basaba en la irrefutabilidad de su cobardía. Definitivamente no merecía tal calvario porque la vida era justa de por sí y los acontecimientos debían ocurrir de un modo físico y matemático. Como aquel hombre que nunca erró y vivió la vida como lo que es; un regalo justo, adecuado, equilibrado, acertado. Todo va bien y el vaso… ¿a caso no va siempre lleno hasta arriba?