jueves

Die australische perle


¡Chico!, ¿sientes los gritos del veneno? ¿Y no te duelen? Tú y yo estamos lejos de los aullidos, no hemos bebido de la poción, pero, deberías saber que cuando me levante mañana no seguiré mintiendo. Sí, hoy sí, lo he hecho bien, he acabado con todos los clones de la galaxia, ¿sabes cómo? he seguido las marcas rojas que Elena dejó en el suelo. Concéntrate en el juego y no hables.


Sigamos corriendo chico, tenemos encima un estómago de nubes negras y la manada no lo sabe, pero lloverá. Pareces un poeta tahitiano mirándome así. Estoy sangrando chico, por mucho azúcar que le eche, esto sigue estando amargo, ¿lo podremos solucionar? Tenemos que pensar qué haremos después, es sospechoso que no me hastíes o me incomodes, mi dolor no es culpa tuya.


Estoy sangrando chico y no quiero que esto acabe como Moulin Rouge. Gracias por no haberte ido ¿recuerdas el tren del limonero? ¡Tengo miles de cosas para explicarte! Antes casi me rompo un brazo intentando conseguir el regalo que te voy a hacer. ¡Son perlas! ¡Perlas del mar del Sur! Estoy segura de que te encantarán, son australianas y el mundo entero siente curiosidad por los canguros.


Pareces un pintor flamenco mirándome así. Son historias ciertas chico, me cuesta recordarlas, sólo es eso. Somos jóvenes pero ahora mismo podría cumplir setenta años si me lo propusiera. No sé si deberías saberlo, pero estoy sangrando. Yo quería ser como Indiana Jones y en vez de buscar el arca perdida, encontrar la perla australiana. Lo cierto es, que haciendo peripecias tuve un pequeño accidente.


Maldita sea, si te callaras y te pudiera explicar todo lo que estoy pensando quizás nos daría tiempo de llamar a un médico para salvarme la vida. Chico, lo nuestro continuará.

sábado

Geschichten Philadelphias


Se acabó. Karin sabía que no tenía la cabeza en la sala. Le dolían los dedos, se aburría de la situación, de aquel sentimiento de saber que uno está llegando al límite. La carretera, el sol, los peajes, las gasolineras… qué lejos quedaba todo aquello.

_Y lo has echado a perder por culpa de tus vicios.

¡Qué tendría que ver! Bob siempre se entrometía en su vergüenza.

_Eres una libertina, una desenfrenada. Fernando lo sabe y no te dejará entrar en su casa, no va a permitir que ingreses en su vida tan fácilmente.

Pero las cosas no iban así; los acontecimientos transcurrían tal y como las acciones se desarrollaban y tomaban forma. Sentía mucho tener secretos ante el transcurso vital pero no podía evitar estar en contra de todo, sentirse una rebelde. Vivía un día o dos por delante de los demás.

_Deja de alterarla, va como va, y la mayoría de veces no como tú quieres.

Y ya lo sabía, qué pesadilla. La luz entraba por debajo de la puerta, ¿sería Fernando?, ¿vendría dispuesto a pedirle explicaciones? Se acabó, no esperaría un día más, era el momento de convertirse en la Katharine Hepburn de Historias de Filadelfia.

_Nunca te cansas del misterio malintencionado.

Cállate Bob.