miércoles

Balzac im fenster


Cuando Diana miraba a su perro Bogart veía que las historias de amor eran como los fusibles de la luz, pero no sabía por qué. Se había cortado el flequillo aquella tarde porque echaba de menos preocuparse por la perfección de su pelo los días de viento. Había quedado con Fernando para ir al cine y deseaba que en aquel preciso instante Bogart empezara a hacer malabares con los mandos de la televisión. De pronto, escuchó ruidos que provenían de fuera, había alguien en su balcón dando golpecitos al cristal.

_¡Las ilusiones perdidas!_ gritaba.
_Cada vez más escandaloso_ Pensó Diana. Abrió la ventana y un hombre grueso con la mano derecha en el pecho se presentó, asumida esta (la presentación) como una costumbre:
_Hola, soy Honoré de Balzac, si hay un sentimiento innato en el corazón del hombre ¿no es el orgullo de dispensar una protección constante a un ser débil?, unid a eso el amor, esa viva gratitud de todas las almas francas por la razón de sus goces y comprenderéis un sinfín de rarezas morales_ Maldito Honoré, qué bueno era.
_Perdone, señor rococó, pero Fernando me espera para ir al cine esta tarde.
_No estoy dispuesto a aguantar las cuchufletas de cualquier descamisada cuya voluntad es prender fuego a la mecha de mi paciencia. Escúcheme atentamente filbustera tuercebotas, ¿díjole Fernando anteayer su ambición de amarla hasta el último eclipse?.
_Sí, Honoré, así ocurrió, no hubo el mínimo indicio de razonamiento y lógica en sus palabras.
_Diana de lindo talle de avispa, se encuentra metida en un buen atolladero, ¿es necesario tener caballos briosos, libras y oro a raudales para conseguir la mirada de una mujer como usted? Y bien clara la respuesta se halla en el sí.
_Sabrá usted que en ocasiones hay que echar mano de un sinfín de cabriolés para frecuentar el gran mundo.
_Sí madame Diana, pero los guantes de gamuza blancos y las cadenillas de oro no compensaran en esta vida las verdaderas rabietas sordas de amor que una mujer de guantes amarillos y pestañas albinas como usted no podrá jamás llegar a sentir en sus entrañas_

Maldito Honoré, siempre igual, subía hasta su balcón cada mes para hacerle un lavado exhaustivo de consciencia. Diana llamó a Fernando, hablarían seriamente de su relación al día siguiente.