sábado

Il tempo

Sábado 20/08/89

Esta tarde he salido a pasear por la plaza de San Marcos, como todo el mundo hace en Venecia un buen sábado soleado. Estoy más contenta que nunca porque he conocido a un español muy guapo, parecía el mismísimo Peter O’toole, ha sido el primer desconocido con el que hablo en Venecia, hablamos en inglés durante horas y horas, me sorprendió mucho porque su inglés era casi mejor que el mío, casi, casi. Luego, él recitó en español unos versos muy hermosos que no entendí a penas. Poco a poco se fue haciendo de noche y el desconocido me dijo que llegaba tarde a algun lugar, ambos estubimos deacuerdo en volvernos a ver por eso escribí rápidamente en una servilleta “Pensione Aurora, Via Fratelli Nº174. ¡En la terraza!”. Peter O’toole cojió el papel y me besó en la frente mientras se lo metía en el bolsillo. Ha sido la mejor tarde de toda mi vida incluso mejor que la fiesta de cumpleaños que Giuditta me organizó el mes pasado.



Sábado 24/07/92

Llevo aquí sentada tres años y medio de mi vida, voy observando Venecia, lentamente, con prudencia y cautela, lo que más disfruto son las mañanas, las mañanas venecianas son las más bonitas de Italia; las barcas rompiendo el reflejo del sol en el agua de los canales, los edificios color pastel, el silencio y el ruido. Llevo aquí tres años sentada en una antigua hamaca, sintiendo como el día quema mi piel y la noche la cura, agonizando el fuego en mis córneas y aprovechando la lluvia para llorar. Giuditta sabe por qué estoy aquí y a medida que pasan los días se acostumbra más a mis manias y costumbres, en ocasiones viene y me fotografia por sorpresa, a veces también la oigo hablar con clientes; les habla de una americana que lleva años sentada en la hamaca de su terraza exterior. Hoy celebramos mi cumpleños, es una fecha muy especial porque en Venecia sólo se celebra una vez al año, Gisella, Mauro y Fabio son los únicos invitados oficiales pero cada año traen nueva compañía. Yo les digo siempre que me hagan una lista de los presentes y además que les envien unas invitaciones en condiciones, me gusta tenerlo todo bajo control, pero hay algo que sobretodo, por encima de cualquier cosa, no se deben olvidar; y es el poner el día y la hora a la que empieza el evento, vaya a ser que lleguen tarde.

Todavía no lo sé

"Esta vez no ocurriría lo de siempre, esta vez todo iría bien" pensaba mientras me dirigía a la cafetería de la calle Mazzarino.
Una vez en mi mesa ocurrió, allí venía de nuevo, se acercaba a mí sigilosamente, aquella tarde parecía la mismísima muerte vestida de cowboy. Yo, en realidad, tenía tanto miedo que me había hecho pis encima y me estaba mojando todo el vestido de seda, además apareció la terrorífica idea de pensar que mis bambas luminosas nuevas podrían estropearse con la humedad y dejar de hacer luz. Sin embargo eso pasó a ser el último plato cuando pensé en lo que el ahijado de mi tía abuela siempre me advertía “alguno de estos días el ejercito del emperador Calígula te encontrará y ya podrás pedir clemencia que no tendrá piedad contigo” el pensar en mi posible muerte rodeada por una serie de chirigoteros borrachos reencarnados en soldados del imperio romano hizo que me olvidara por unos instantes dentro del tiempo que cabe entre segundo y segundo de que aquel hombre se acercaba paso a paso a mi mesa, a mi zona, a mi propiedad. Entonces supe que mi misión era pensar algo inteligente antes de que aquel demonio me preguntara lo que venia a preguntarme, pero lo olvidé, olvidé por completo mi objetivo cuando pude observar a lo lejos una mujer que lloraba emocionada leyendo el diccionario oficial de la Real Academia Española, me dio tantísima pena el pensar que no podía levantarme para ir a comprar uno para mí a la librería de la esquina por culpa del charco que había dejado debajo de la mesa que desee con todas mis fuerzas que se evaporara la orina para poder marcharme, y tantísimo lo desee que así sucedió, el charco entonces estaba en el techo. Desgraciadamente, justo cuando me iba a levantar, aquel hombre vestido de negro y más recto que un palo de golf ya estaba plantado delante mío y no se le ocurrió otra cosa mejor que preguntar: ¿Qué va a tomar señorita?. Lo hizo, realizó la maldita pregunta que nunca supe responder. Así que allí me quedé, sonriéndole sin que me viera la cara y murmurando en voz baja: "Todavía no lo sé…"