domingo

Matryoshka

No tengo secretos porque me espía desde dentro. He perdido el apetito desde que me lo comí, se ha convertido en una enfermedad sin nombre, no puedo hablar con él porque no puede escucharme y sin embargo es horrible saber que conoce todo lo que pienso y no saber qué opina al respecto. Es un virus que no se corta las uñas y me rasca los huesos cada noche, me muerde las arterias cada mañana y se cuelga de las cuerdas vocales por la tarde, ¿puedes imaginar cómo duele verdad? Pero el dolor no me importa, estoy tan enamorada de él, es el sujeto de mis lamentos, la prueba de que no estoy sola conmigo misma... y además cuando duermo escucho su voz, me dice cosas muy bonitas, consigue que olvide respirar y que mis dedos bailen sin orden previa, son cosas que nadie me dirá nunca porque nadie sabe que existen cosas así. Hace que me sienta al borde de la muerte en cada instante y que me de igual. No tengo secretos porque me espía desde dentro, ojalá yo pudiera hacer lo mismo con él.

sábado

Die Verwandlung

Qué seria está Rosa. Lee La metamorfosis de Kafka sentada en el porche a unos pasos de mí. Me está escuchando, sabe que no hablo con mi madre. Sí, no ha ido mal, estoy un poco cansado del viaje, ya sabes que los aviones me dan dolor de cabeza. La veo reflejada en el ventanal de la casa, incluso seria y ofuscada está preciosa, con esos aires de intelectual a pocos metros de mi, hace que recuerde a Gregor andando hacia atrás. ¿Mi familia? Muy bien, los años parece que no pasen para ellos, vivir en la ciudad hace que te olvides de que aun hay gente que vive del campo. El verano pasado, antes de volver a Barcelona le dije que a una mujer le favorecía más leer poesía española antes que relatos existencialistas alemanes, pero ella nunca me ha hecho caso, y allí está ahora, haciendo ver que lee a Kafka y poniéndome nervioso como consigue hacer siempre. Sí, sí, ahora estoy instalándome, mi tío está llevando las maletas del taxi a mi habitación. En cuanto cuelgue iré a decirle a Rosa que este verano no ocurriría lo de siempre, ahora ya somos adultos, o al menos un poco más y le diré claramente lo que llevo ensayando todo el año “Rosa, no te he llamado porque he sentado la cabeza, ahora tengo novia y la quiero” o de eso me intento convencer poco a poco. ¿No te lo he dicho Ana? Pues porque me gusta estar aquí, desconectar de la ciudad me va bien durante unos días al año. Mentira, llevo poniendo esa excusa desde que tengo uso de razón. Me ahoga más una mirada de Rosa que toda la atmósfera contaminada de todas las grandes ciudades europeas. Yo también te echaré de menos, en pocas semanas estaré de vuelta. Me mira seria porque me voy alejando para que no escuche la despedida, pero ahora ya no disimula que lee, hace un gesto con la mano, me pide que me gire para verme la cara, ella también me veía. Me giro. Me pide que me acerque. Y no tengo más remedio que acercarme, porque la quiero y haría lo que ella me pidiese en cada momento. Yo… yo también te… La quiero más que nunca, me acaricia con sus ojos, leo en ella que quiere que cuelgue el teléfono antes de decir una barbaridad, siempre nos hemos entendido con una mirada y ella me está diciendo que cuelgue y no diga nada, porque cuando lo haga vendrá corriendo, me cojera de la mano y me llevará a su habitación a enseñarme los dibujos que hizo en invierno. Que yo, yo también, también te quiero Ana. Cuelgo sin a penas fuerzas, como si acabara de escupir encima de todo el amor que he sentido por mi prima. Rosa se levanta, me mira a los ojos y sonríe; “No te voy a enseñar mis dibujos, ni como los tomates son más rojos que nunca, ni como ha quedado la higuera después de la tormenta de otoño, ya no te voy a esperar nunca más”