martes

Begräbnis von Jerry


Estoy prácticamente segura de que les pareceré una mujer fría, por ello quiero dejarles bien claro, ante todo, por motivos simplemente evidentes, que el sentimentalismo, la emoción, la compasión, el amor, la empatía y la generosidad, son banderas que me han acompañado y me acompañarán durante lo que me queda de vida. Quedando esta parte totalmente clara y concisa, debo decir que mis próximas palabras, a pesar de la apariencia, serán egoístas y las utilizaré para satisfacerme e indemnizar de algún modo algo que yo sé que tendría pendiente conmigo misma el resto de mis días.


Jerry Foster era bueno, era despreocupadamente de los mejores, sabía escribir grandes historias, grandes relatos de amor, grandes dramas. A la vez, pintaba y dibujaba con un realismo aterrador siendo capaz al mismo tiempo de destrozar la mismísima lógica y la razón con una simple pincelada. A todo lo que hacía, le rodeaba una especie de estética a lo Baz Luhurman mezclada con la transcendencia y la profundidad del mejor Bergman.

Yo le conocí en Staten Island, como saben muchos de ustedes, ese no era su lugar, y lo cierto es que su lugar no existía, no existía al menos en este planeta. Lo primero que me asombró de Jerry fue su sencillez, fue la simpleza y la templanza que desprendía su modo de ir viviendo, de ir llevando a cabo aquellas pequeñas cosas cotidianas que en cualquiera de nosotros representarían, en muchas ocasiones, una gran monotonía y en consecuencia, una inexplicable desquicia humana. Pero de esa “cualidad”, mal que nos pese a los pesimistas, a los agónicos y a los quejicas, gozan muchos humanos. Vivir con Jerry al principio fue muy bonito, fue realmente bonito, yo estaba enamorada de sus pinturas, de sus historias, tenía montones de pequeños relatos escritos que yo ordenaba alfabéticamente cada tarde para leerme uno cada noche. Era tan perfecto que des del primer momento en que le vi, supe que entre nosotros habría algo pasajero, algo encantador, atractivo y, siendo claros, nada más allá de lo vitalmente bello. Supongo que yo necesitaba a alguien como él a mi lado aquella época, alguien que me trajera cada mañana un zumo de naranja a la cama, alguien que me besara justo cuando lo necesitara y que se dedicara a pintar los melocotoneros mientras yo me fumaba un pitillo y buscaba inspiración en las nubes. Así pasó el primer verano, y pensé, ingenua de mí, que mi vida seguiría así durante unos meses; simplemente sencilla y tranquila al lado de una persona natural, serena y en definitiva, feliz.

Pero llegó un día en que todo cambió, en que mi seguridad y mi independencia se truncaron por su culpa. Un martes acompañé a Jerry a una entrevista que le hacían para una pequeña exposición en Santander, nada del otro mundo, era una de tantas que le habían hecho, sin embargo esta fue diferente, o al menos para mí. Había sido una entrevista tensa, Jerry no tenía su mejor día, y eso me inquietaba mucho. La última pregunta fue “¿Qué querría que ocurriera con su obra cuando usted muera?” Jerry se quedó pensando mucho rato, pensó y pidió tiempo para pensar, para reflexionar. Yo me percaté de que no se trataba de intentar dar una buena respuesta, pero no entendí demasiado la situación ya que estaba acostumbrada a la espontaneidad y rapidez de sus respuestas. Con el tiempo, supongo que me he dado cuenta de que se trataba de algo que él no se había planteado nunca pero que sabía que tenía claro desde que supo que era un artista. Jerry dijo literalmente “Yo soy feliz, soy un hombre alegre y satisfecho con mi vida, tengo a mi alrededor a aquellos que quiero tener y me considero declaradamente feliz. Pero no tengo ningún reparo al decir que la vida es realmente un mal trago, considero la vida una broma pesada por la que hubiera preferido no pasar. Deseo que al morir mi obra muera conmigo, que la quemen, que se queme conmigo, que desaparezca. Cuando yo muera quiero que todo lo mío muera conmigo”. Aquellas palabras se me clavaron dentro, me impactaron y me dolieron durante un tiempo, podría decir que llegaron a asquearme y a la vez provocaron que creciera dentro de mí un sentimiento de rabia, de celos, una necesidad enigmática de estar con él hasta el último día de su vida, de ser parte de su obra y de morir con él. Nunca he podido explicar con exactitud por qué su rechazo a la vida me enamoró, quizás era el equilibrio perfecto gracias a su saber estar y su fuerza ante todo lo que ocurría.


Ya ven, si estoy aquí no es para despedirme de Jerry, ni si quiera para darles estas palabras a ustedes. Si estoy aquí es para poner un punto y final a la vida de un gran artista, para pedirles que entiendan que para él la vida fue algo que, igual que todos nosotros, pasó intentando hacer lo que mejor se le daba, que en su caso fue crear belleza a su alrededor. No les pido que olviden a Jerry, no les pido que quemen museos ni que descuelguen sus cuadros de sus salones. Sólo estoy aquí evidenciando y representando la muerte y el final de una etapa. Como sospechan, después de aquella entrevista desapareció una gran parte de mí. He sido parte de Jerry por codicia, por egoísmo, por querer sentirme viva en el epicentro del arte en estado puro. Él lo sabía, y aun así me dio la existencia más feliz que jamás pude imaginar, mi vida ha sido un cuento de hadas escrito por un hombre que a pesar de que no quería vivir, supo hacerlo mejor que muchos que dicen estar vivos. Hoy entierro a mi marido, entierro sus pinturas, sus historias, sus zumos de naranja, sus besos y en cierto modo, me entierro a mí misma también. Hoy, señoras y señores, tengo sesenta y nueve años y vuelvo a nacer.

Espero que la hayas encontrado Jerry, espero que hayas encontrado, de nuevo, la paz.

Gracias.

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