domingo

Empfindung der Frische


Toda mi vida recordaré el veinticinco de abril.


Aquél día Karin y Diana habían quedado para tomar café. Hablaron sin decir gran cosa, el día las perjudicaba de nuevo, una tarde pesada, bohemia, cargada. Se miraban dejando pasar el tiempo y empezando historias paralelas que no tenían ninguna conexión entre ellas. Decidieron que por la noche irían a ver Lawrence de Arabia a casa de Fernando. Sólo de este modo los problemas dejarían de existir.


Aquél día Andrés cogió el coche al salir de la fábrica. Su jefe era una persona de carácter crónico-displicente que provocaba en él la continua sensación de cansancio y lasitud. Pero eso era una simple anécdota cuando llegaba a casa y Julio le esperaba preparando sus exóticos platos. Aquella noche había preparado canapés de queso de cabra con aceite de ajo. De postre, batido de coco y frambuesa.


Aquel día una ardilla corría por el pirineo aragonés. Un hombre llamado Alexander estaba talando un árbol mientras pensaba en la hora de la siesta. Se sentía agobiado, pues llevaba unos días intentando descifrar el mensaje más importante que le habían dado jamás. Hacía calor y su mujer Penny leía a Goethe en el balancín. Otra ardilla, de pelaje más oscuro, observaba atónita el panorama y no era capaz de pensar nada.


Aquél día el tiempo era el único que iba a determinar la transcendencia de lo ocurrido. El veinticinco de abril no iba a llegar y dedicarse a elevar cualquier hecho al nivel de acontecimiento. No hay apetito sempiterno, no entiendo de carpetazos o de sentimientos liquidados, además los fantasmas del ayer están todas las noches susurrándome al oído, “tu corazón debería haber sido, tu corazón debería haber sido…”. Esto, de momento, es una agradable sensación de frescor.


sábado

Die traurigen tage


Tan claro como que el dolor se reflejaba en el temblor de mis rodillas, en la pesadez de mis hombros. El sol no había salido por la mañana, habíamos sido nosotros los que lo habíamos ido a buscar, y él estaba igual que siempre, incluso más agradecido de compartir su luz. Pero el día no me acompañaba, las personas estaban a años luz de mí, las paredes desaparecían cuando me apoyaba en ellas. Era ciencia ficción.

Al llegar a casa, el pincel quedaba lejos. Tenía otras cosas a mi alcance; las llaves, las galletas, el ratón. Siempre sentía tristeza al ver un pájaro. Muchas mentiras habían corrido por las calles de la ciudad, algunos pintaban cruces blancas en sus puertas, como en Egipto. Otros preferían ahogarse en la Atlántida. Yo no sabía qué hacer, mi piel estaba reseca, acabó de romperse cuando un policía cortó el viento apuntando con su pistola a un hombre enfermo.

Luego, sus ojos, ¿de qué color eran? No podía finjir que no los veía y los apreté tan fuerte que los rompí en pedazos. De golpe, me vi yo también atrapada en azul. Era ciencia ficción. El sol había muerto con la tarde y miles de palomas estaban en mi balcón. ¿Quién me susurraba? ¿Quién me pedía perdón?

domingo

Der Mann dass war ich


Menudo portazo que dio. Hizo una inmensa cantidad de ruido. Además dolió, dolió mucho, me desgarro unos segundos, me dejo dentro estas palabras que debía en algún momento escribir. Me pilló todos los dedos con la puerta, los de la mano derecha, los de la mano izquierda, e incluso alguno del pié. Muchísimo daño y muchísimo mal estar, de ese que si lo explicas se ríen o lloran, depende del día. Algunos habréis pasado por este tubo en alguna ocasión, así que pasad por alto estas líneas, porque soy muy inexperta en cosas así y esto es, en cierto aspecto, embarazoso.


Veréis, yo quise ser un hombre, quise ser aquel hombre, quise sentirme, tocarme y afeitarme, mirarme al espejo y verme siempre a mí, a mí tal y como le vi a él en aquel instante. Es raro, pero también pensé que me hubiera gustado ser su amigo, sentí la necesidad de convertirme en su colega, en su hermano, que me abrazara sin pensar en ir a la cama, que me abrazara para toda la vida y me quisiera igual que quiero yo a Mei y a Sofía. Sin grandes tópicos, sin incertidumbres ni problemas de los que hablar, que me quisiera y me necesitara hasta después de llevárselo todo. Lo hice muy mal, debí pedirle perdón, me apropié de absolutamente todo aquello que le rodeaba; su mundo, sus preocupaciones, quería estar dentro de su tornado de ideas, de su torbellino interior, quería deslizarme por su sudor en la cama, nadar por su sangre envenenada, analizar todas y cada una de sus palabras, decirle que le quería justo en aquel momento y no luego, ni ahora mismo. Durante esos segundos él no lo supo, no lo supo nadie, pero yo fui su novia, su esposa, su amiga, su amigo, su colega, su madre, su hija, su collar, su camisa, su nariz. Fui él y él no lo supo ni lo sabrá.


¡Cosas!


(De mis historias sólo quedan letras y vagos recuerdos; Karin e Isaac siguen hablando del tiempo, y puedo prometer que ya no es lo peor de todo, a Karin le gusta hablar del tiempo con Isaac, y no hay nada más que hablar, ni si quiera piensa en eso, ya no. Curioso ¿verdad?)