domingo

Nicht alles ist implizit


Karin venía del entierro. Paseaba bajo la sombra de los cipreses y no podía expulsar de su cabeza la frase del señor. “No ames el sueño para que no te empobrezcas; abre tus ojos y te saciarás de pan”.


Lo onírico, lo imposible y lo utópico formaban parte de la incertidumbre del futuro, sin embargo en su caso, eran conceptos del pasado. A Karin le importaba poco lo que sucediera, se daba cuenta minuto a minuto de que la vida era presente, de que los minutos que vienen, aparecen de la nada pero se agarran con más fuerza que las posibilidades, las visiones o los pareceres.


Sin ganas de seguir sosteniendo su cuerpo, Karin se sentó en el viejo banco blanco del cementerio, allí los recuerdos aparecían produciendo en ella la misma sensación que la primera gota de una tormenta de primavera tocando la punta de su nariz.


El coche negro de Isaac, su perfume, su bufanda, sus risas ruidosas, su rostro atento delante de ella, sus gestos de cansancio, los días en el parque, los días en la calle, en las cafeterías, en las gasolineras.


¿De qué serviría todo aquello si cuando ocurría tan sólo ella lo vivía en estado puro?, Karin nunca supo lo que Isaac tomaba como implícito en su relación con ella, nunca supo en qué medida sus comentarios habían dejado huella en él.


Ahora ya sí que no lo sabría, sus conversaciones sobre política y religión concluían en un banco de un cementerio, tras una ceremonia cristiana, con la escéptica y atea Karin recordando palabras del señor.


Las cosas que no han sido verdad, no lo son. Karin había permitido con demasiada facilidad que los acontecimientos ocurrieran sin más, había desperdiciado canciones, miradas, gestos roces, había asesinado a la valentía, a la firmeza, a la posibilidad de jugar y ganar.


Y lo que más la angustiaba, lo que en unos instantes acabaría con su nudo en la garganta, era el hecho de que sabía que si Isaac pudiera escucharla en esos momentos tan sólo sería capaz de pedirle un cigarro, preguntarle por la hora o hablarle del tiempo.




lunes

Alles ist die vergangenheit


James era un hombre que parecía que llevara una maya térmica azul bajo la piel. Era inmune a la capacidad del sol de oscurecer la piel en verano. Sus labios eran eléctricos con el frío de diciembre. Solía llegar tarde al trabajo porque siempre perdía su bufanda púrpura. Le conocí en una cena de empresa, James acababa de llegar de Ontario, aun que era originario de…otro lugar. Cuando me vio por primera vez me pidió prestada la corbata. Él vivió en mi casa algunos meses del año, otros se iba con el coche de su hermana a un pequeño pueblo del país vasco cuyo nombre nunca me quería decir. Una vez ocurrió algo que me abrió los ojos. James trajo una mujer a casa, se llamaba Julia, era andaluza. Hablaba más con ella que conmigo, pasaba horas y horas a su lado. Antes de conocer a James no lo hubiera imaginado nunca, pero llegué a sentir celos de Julia, necesitaba la atención de James, los besos que alguna vez me había dado. Llegué a pensar que sería el hombre de mi vida hasta que sin despedirse, desapareció.



Hace dos semanas me encontré a Julia en la parada del autobús. El pensar que James aun estaba en la ciudad me aterrorizó, sin embargo, vi algo que me confirmó su ausencia; Julia estaba embarazada y un hombre alto, de tez morena se acercó a ella y la besó. James llevaba fuera de España desde el mismo día que salió de mi casa.


Ángel Méndez.