domingo

Schnee

Después del asesinato, Karin decidió seguir manteniendo la normalidad de las situaciones que esperaban de su presencia. Había notado brechas inevitables que la asediaban en momentos determinados; cuando contemplaba el sofá, cuando cogía la autopista, cuando se bañaba y el agua se deslizaba por sus piernas hasta llegar a sus tobillos, cuando cogía un tren o cuando la noche se apoderaba de su soledad.

Los días pasaban con más o menos normalidad. Las personas no se llegaron a percatar nunca de su fisura. Lo llevaba con gracia, de un modo personal, tierno, incluso divertido. Aceptó, sin entender por qué, que toda la vida estaría allí; la brecha, el resquicio, que no llegaría el momento del olvido eterno. Entendió que la inmortalidad la acompañaría en forma de ataque espontáneo, como un fantasma del pasado, impregnando de dolor la línea del tiempo.

Y mientras las brechas sólo clavaban una aguja hirviendo en la herida, en diversas ocasiones se vulneraba la trinchera que escondía la lava, que escondía la tragedia de su vida. Entonces el drama humedecía el ambiente, el libertinaje con el que interpretaba estas situaciones era desesperante, sin premeditación, sin sentido, una explosión de cinismo sin control. Sucedía entonces que las miradas se cruzaban y todo empezaba a sangrar.

Karin comprendía debido a esos momentos sin justificación que aquel secreto es lo único que le quedaba. Así, mediante la intención, escamoteando pensamientos, evitando y provocando, mirando o sabiendo que la miran, así se mantiene su estúpido humor, su insignificante dignidad. Y evitando la catástrofe de la revelación, vivía inertemente, manteniendo el tipo.

Finalmente, llegó el día de su muerte verdadera, y decidió dejar escrito en algún lugar, que “en algún momento de mi vida quise volver a la escena del crimen, al momento previo del asesinato y volver a sentir…”. Su secreto se fue con ella, rozando siempre el espacio real, acariciando la frontera entre lo inteligible y lo sensible. Agradeciendo no obstante, a pesar del entierro de su integridad, haber acariciado a alguien sin querer teletransportarse a Vancouver.


Gracias Billie.

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