sábado

Die Verwandlung

Qué seria está Rosa. Lee La metamorfosis de Kafka sentada en el porche a unos pasos de mí. Me está escuchando, sabe que no hablo con mi madre. Sí, no ha ido mal, estoy un poco cansado del viaje, ya sabes que los aviones me dan dolor de cabeza. La veo reflejada en el ventanal de la casa, incluso seria y ofuscada está preciosa, con esos aires de intelectual a pocos metros de mi, hace que recuerde a Gregor andando hacia atrás. ¿Mi familia? Muy bien, los años parece que no pasen para ellos, vivir en la ciudad hace que te olvides de que aun hay gente que vive del campo. El verano pasado, antes de volver a Barcelona le dije que a una mujer le favorecía más leer poesía española antes que relatos existencialistas alemanes, pero ella nunca me ha hecho caso, y allí está ahora, haciendo ver que lee a Kafka y poniéndome nervioso como consigue hacer siempre. Sí, sí, ahora estoy instalándome, mi tío está llevando las maletas del taxi a mi habitación. En cuanto cuelgue iré a decirle a Rosa que este verano no ocurriría lo de siempre, ahora ya somos adultos, o al menos un poco más y le diré claramente lo que llevo ensayando todo el año “Rosa, no te he llamado porque he sentado la cabeza, ahora tengo novia y la quiero” o de eso me intento convencer poco a poco. ¿No te lo he dicho Ana? Pues porque me gusta estar aquí, desconectar de la ciudad me va bien durante unos días al año. Mentira, llevo poniendo esa excusa desde que tengo uso de razón. Me ahoga más una mirada de Rosa que toda la atmósfera contaminada de todas las grandes ciudades europeas. Yo también te echaré de menos, en pocas semanas estaré de vuelta. Me mira seria porque me voy alejando para que no escuche la despedida, pero ahora ya no disimula que lee, hace un gesto con la mano, me pide que me gire para verme la cara, ella también me veía. Me giro. Me pide que me acerque. Y no tengo más remedio que acercarme, porque la quiero y haría lo que ella me pidiese en cada momento. Yo… yo también te… La quiero más que nunca, me acaricia con sus ojos, leo en ella que quiere que cuelgue el teléfono antes de decir una barbaridad, siempre nos hemos entendido con una mirada y ella me está diciendo que cuelgue y no diga nada, porque cuando lo haga vendrá corriendo, me cojera de la mano y me llevará a su habitación a enseñarme los dibujos que hizo en invierno. Que yo, yo también, también te quiero Ana. Cuelgo sin a penas fuerzas, como si acabara de escupir encima de todo el amor que he sentido por mi prima. Rosa se levanta, me mira a los ojos y sonríe; “No te voy a enseñar mis dibujos, ni como los tomates son más rojos que nunca, ni como ha quedado la higuera después de la tormenta de otoño, ya no te voy a esperar nunca más”

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uau.
Bé, com de costum... no sé si té un rerefons i, si el té, no l'he trobat (tens una amiga curteta xD) així que ja en parlarem.
I avui... és diumenge... i què toca els diumenges? visita a casa de l'Elena! (pujaré l'escala molt lentament per si em trobo el teu veí nou xDDD).

En fi, que m'agrada molt el text, escrius suau.

Dara dijo...

Y a él le dolió el corazón al escuchar aquello, porque por muchas Anas que hubiera, Rosa siempre sería Rosa.



miau, bonita.